En aquella época en la que el honor y la deshonra eran hechos ligados en un plazo máximo de dos horas al día en hombres y mujeres, en la cual, aun sin haber nacido siquiera aquel revolucionario del cual todos hemos oído hablar por su predilección por la “postura de su muerte”, su célebre frase reinaba en todos y cada uno de los habitantes, incluso de los pueblos mas remotos.
Esa mentalidad de luchar por lo suyo, de defender a cualquier precio lo que tanto costó encontrar, esa lucha. ese tesón, queda nublado con el paso de los años dando lugar a la hipocresía por seguir poseyendo aquello que nos satisfaga por vagancia, por ser el mejor al menor precio, pisando al que, por circunstancias de la vida, puedan cruzarse y arrebatarnos los que tanto, creemos, nos ha costado conseguir.
¿Quién nos ha dado el poder de adjudicarnos un regalo encontrado?
Sin mirar la dirección, la tarjeta, el remitente, nos lo encontramos y ya es nuestro.
Utilizando nuestras armas mas poderosas tales como la envidia, la bajeza, la mentira somos capaces de hacerlo nuestro, evitando que el verdadero destinatario pueda siquiera saber cuál es.
Pues bien, en aquella época en la que el honor y la deshonra eran hechos ligados en un plazo máximo de dos horas al día, aquellos hombres y mujeres sabían perfectamente poseer aquello que era suyo, sí, suyo, defendiéndolo siempre, hasta el fin.
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